Tiempo para sanar

Llevo unos 25 años como terapista de masaje y maestro de yoga. Durante este tiempo he tenido la oportunidad de entender cómo los seres humanos afrontamos las situaciones de enfermedad, las lastimadura, los accidentes y otras adversidades que nos da la vida.

Una pregunta que me he hecho muchas veces es: ¿Cómo nosotros bregamos con el dolor, con la angustia, con las situaciones incómodas de la vida?

Observo que en muchas ocasiones no sabemos qué hacer con nuestras adversidades, debilidades, fallas y experiencias adversas en la vida. Que se nos hace muy difícil detenernos y reconocer que estamos lastimados. A veces en nuestro intento por zafarnos de las adversidades las escondemos, las disfrazamos o hasta las negamos. Pero la vida es hábil y nos brinda una y otra oportunidad para reconocerlas, aceptarlas, abrazarlas y en última instancia nos ofrece voluntaria u obligatoriamente sacar un preciado tiempo para sanar.

Esa capacidad de sensibilizarnos a nuestra condición humanas es la misma que nos permite abrazar a los demás en su propia condición o adversidad. Martin Luther King hizo referencia a esto en una de sus frases celebres: “Solo en la oscuridad, se pueden ver las estrellas”.

Para poder aceptar esta parte de nuestra condición humana debemos comenzar por permitirnos sentir y detenernos ante lo que nos está pasando. En el momento es que hacemos esta pausa reconocemos nuestra humanidad y nuestra vulnerabilidad. Podemos hasta recordar que nacimos completamente vulnerables y frágiles. Y somos completamente frágiles ante la incertidumbre del futuro. Igualmente moriremos en una total debilidad sin importar cuan fuerte y capaces hayamos sido durante nuestra vida.

Es sumamente interesante que cualquier esfuerzo por asegurar nuestra vida como los apegos al dinero, al prestigio, a las posesiones demuestran el gran temor que tenemos en nuestra mente a ser vulnerables. En ocasiones podemos observar a una sociedad asustada de sus propios temores y es por ello que tenemos una gran dificultad en detenernos y tomarnos el tiempo que necesitamos para sanar.

Sanar es sinónimo de aceptar. Tiene la posibilidad de relajarnos ante nuestra propia situación de vida y aceptarla para entonces manejarla con atención plena, compasión y amor. En ese momento de aceptación experimentamos una libertad que nos permite bregar desde ese espacio amplio y auténtico con las situaciones difíciles de la vida.

Cuando nos detenemos a escuchar nuestro cuerpo, las áreas de dolor que podamos sentir, o las sensaciones de incomodidad, se libera el poder de la aceptación. Un poder que nos permite movernos con calma y relajadamente a hacer lo que está dentro de nuestras capacidades sin apresurarnos, sin temor. Un sencillo ejercicio práctico es detenerte a darte un auto-masaje en los pies, de inmediato sientes las áreas de dolor, la piel, respiras profundo, te aprecias, y así te sensibilizas a ti mismo.

Cuando una persona muy ocupada se detiene y aprecia la fragilidad de un bebé, recibe la gran enseñanza de la dulzura y su ternura. Cuando atiendes con ese poder de aceptación las necesidades de ese bebé, te nutres de la luz que emana en su inocencia.

Tenemos la gran posibilidad de basar nuestro crecimiento en las experiencias de sanación. Esta sanación se mediatiza a través de nuestro propio cuerpo físico cuando libera patrones de resistencia o restricciones. Esta posibilidad está disponible para todos, sin importar edad, historial, capacidad física o motora. Todos podemos liberar alguna restricción de nuestro cuerpo si le damos la oportunidad y el tiempo para sanar. Cuando el cuerpo se siente cómodo en su propia existencia, entonces el espíritu se puede elevar y reconocer su grandeza ilimitada.

Existen tantos testimonios de personas que al dedicarse amor y aceptación propia han transformado su vida de una inconforme a una de gran satisfacción. Cuando este amor y esta aceptación son aplicados para el bienestar de otros, experimentamos la empatía y la conexión, desde ahí las relaciones se desarrollan y crecen.

El toque humano y el afecto son de gran importancia. Un toque que brinde seguridad y valore a la otra persona nos permite sentirnos seguros en nuestra propia piel. A medida que vamos envejeciendo y nuestras habilidades o facultades disminuyen, ese toque afectuoso cobra aun más relevancia en nuestra vida. Reconocemos que somos mucho más que un individuo, somos parte esencial de una gran humanidad. Esa es nuestra gran oportunidad, transformar una cultura de competencia, en una de afecto, cariño y apreciación de todos nosotros. Ese es el tiempo donde logramos sanar.

Eso es lo que las personas con impedimentos, convalecientes y conscientes nos están enseñando. Nuestra gran humanidad, y lo que significa relacionarnos desde el amor y celebrar la vida en unidad.

En las escrituras se menciona que: “Dios es amor” y todos los que hemos amado sabemos que el amor es sumamente vulnerable. Amar es el salto a la mayor vulnerabilidad. Te amo, ¿me amas tu también? Así que si Dios es amor entonces la misma divinidad es vulnerable en su esencia. La cual no nos obliga nos invita. La divinidad toca a la puerta y espera que dentro de nuestra humanidad respondamos a esa invitación.

¿Y tú, te detienes y disfrutas el tiempo para sanar?

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